martes, 27 de septiembre de 2011

MALAS COMPAÑÍAS






Leo a uno de los autores menos recomendables para el estado de ánimo que genera esta maldita crisis. Páginas aniquiladoras de cualesquiera de las posibles razones de optimismo a las que pueda agarrarme en el descenso de este río de rápida corriente. Esta función delirante de la economía, junto a las intervenciones histriónicas de los medios de comunicación están haciendo mella hasta en el aspecto ordinario de los políticos. Éstos se sacuden el alelamiento a dos bandas entre la confianza y la catástrofe (cuestión terrenal y humana donde las haya). Noqueados por la pestilencia de la bestia, ni aquellos con las mejores aptitudes interpretativas son capaces de disimular sus temores a caer en la ciénaga. Creo que ya ni se lo plantean.
Sería mejor para el gran público que las noticias económicas fuesen analizadas por expertos en la teoría del caos. Hasta hace poco siempre hemos buscado señales nítidas, aunque fueran de humo en esa novela ininteligible que los hombres se han conformado en llamar Destino. Pero para esta cotidianeidad caótica, para esta nulidad de predicción y este errabundo descenso hacia tierras desconocidas, necesitamos intérpretes que al menos nos anestesien y calmen el dolor por la perdida del paraíso.
Para E. M. Cioran, nihilista y escéptico, la vida es el delirio y la muerte hastío. Con un mínimo de calma podríamos observar los disparates y los despropósitos que cometemos para evitar a la bestia. El impulso que tomamos para vivir, aún dentro del actual marco social, provoca visiones delirantes para salir del atolladero. Quitamos dinero de allí y lo ponemos aquí y viceversa. Cambiamos la piel. Las células muertas caen de la vida regenerada, del delirio en el movimiento que desplaza inevitablemente a los más desfavorecidos. Eso es lo más agotador y sólo el caos puede explicarlo.
Tuvimos una gran tarde de domingo que duró una década, un hastío que nos condujo de compras por el gran bazar del edén. Nos pasamos una eternidad mirando escaparates atiborrados de lunes diamantinos. Pero mientras nos gastábamos el dinero a sacos y éramos felices, la bestia ya había blindado sus silos y nos esperaba agazapada al final de la interminable puesta de sol. De algún modo nos fabricaron para soportar la repetición y encontrar placer en el olor del rebaño.
Leer a Cioran tal vez sea una mala recomendación para el delirio. Quizás un acto delictivo para lobos con piel de cordero.

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