martes, 4 de febrero de 2014

EL MUERTO RESUCITARÁ






Escucho atentamente a los dómine, a los maestros y maestras que desde hace unos meses con estilo hierático, con palabras esculcadas del piojoso vocabulario de los consuetudinarios y banales enfrentamientos políticos, urden el mensaje lavatorio para la Pascua que se nos avecina. Para ellos y ellas supone la resurrección del muerto que por responsabilidad debieron dejar morir. “Como antes otros no fueron capaces de hacer el papel secundario e inevitable de Judas Iscariote, tenemos que hacerlo nosotros”, decían ante el gesto estupefacto del que moriría, del pueblo.
   Claro que tal vez al final no resulten tan penitentes ni maniqueos como parecen y en realidad sean los neófitos salvadores que conocían mucho antes que todos nosotros ese último evangelio apócrifo descubierto en el que el tal Judas es el verdadero hijo de Dios. De la manera que sea mucho me temo que tanta filosofía e ingenio no les hará falta. Ya nos encargaremos entre todos de perdonarles todas sus ofensas y el daño irreparable que han provocado. Somos cristianos o buenas personas “a cojones”, pues  ¿cómo podríamos asumir con el corazón lleno de odio  tantas horas de sol, tal airecillo envenenado de damas de noche y de gladiolos enhiestos o esa mixtura de caldos y manjares que todavía puede paladear esa especie en extinción llamada clase media en este finiquito del paraíso?
 El muerto resucitará, de esto estoy seguro. Se levantará y emprenderá de nuevo su camino sin mirar atrás. Lisiado y dolorido buscará como siempre el horizonte de la felicidad, que es lo que quiere ver pero que no es otra cosa después de la muerte que la supervivencia. Estos expertos de la demagogia gastarán los posibles de un remanente misterioso en unos nuevos decorados para el mismo escenario, la misma platea y la misma obra de teatro. El argumento va sobre la santidad del muerto, pero para tan ardua tarea necesitarán dedicación en cuerpo y alma. Ellos y ellas harán un descomunal esfuerzo para que tras el dolo, todos nos sintamos dignos merecedores de tan divino título. El muerto, nosotros, el pueblo, expondremos nuestras llagas y se nos saltarán las lágrimas por tanto amor fraternal. Ellos y ellas pondrán la logística y acabarán tan extenuados que necesitarán cuatro años para recuperarse.
   Sigo sus discursos e intento leer entre líneas. Me pierdo porque cierta lucidez me lleva a una calle sin salida; se llama “divide y vencerás”. En ella viven la cobardía y la impunidad.

    

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