Escucho atentamente a los dómine, a los maestros y maestras
que desde hace unos meses con estilo hierático, con palabras esculcadas del piojoso
vocabulario de los consuetudinarios y banales enfrentamientos políticos, urden
el mensaje lavatorio para la Pascua que se nos avecina. Para ellos y ellas
supone la resurrección del muerto que por responsabilidad debieron dejar morir.
“Como antes otros no fueron capaces de hacer el papel secundario e inevitable
de Judas Iscariote, tenemos que hacerlo nosotros”, decían ante el gesto
estupefacto del que moriría, del pueblo.
Claro que tal vez al
final no resulten tan penitentes ni maniqueos como parecen y en realidad sean
los neófitos salvadores que conocían mucho antes que todos nosotros ese último
evangelio apócrifo descubierto en el que el tal Judas es el verdadero hijo de
Dios. De la manera que sea mucho me temo que tanta filosofía e ingenio no les
hará falta. Ya nos encargaremos entre todos de perdonarles todas sus ofensas y
el daño irreparable que han provocado. Somos cristianos o buenas personas “a
cojones”, pues ¿cómo podríamos asumir
con el corazón lleno de odio tantas
horas de sol, tal airecillo envenenado de damas de noche y de gladiolos
enhiestos o esa mixtura de caldos y manjares que todavía puede paladear esa
especie en extinción llamada clase media en este finiquito del paraíso?
El muerto resucitará,
de esto estoy seguro. Se levantará y emprenderá de nuevo su camino sin mirar
atrás. Lisiado y dolorido buscará como siempre el horizonte de la felicidad,
que es lo que quiere ver pero que no es otra cosa después de la muerte que la
supervivencia. Estos expertos de la demagogia gastarán los posibles de un
remanente misterioso en unos nuevos decorados para el mismo escenario, la misma
platea y la misma obra de teatro. El argumento va sobre la santidad del muerto,
pero para tan ardua tarea necesitarán dedicación en cuerpo y alma. Ellos y
ellas harán un descomunal esfuerzo para que tras el dolo, todos nos sintamos
dignos merecedores de tan divino título. El muerto, nosotros, el pueblo,
expondremos nuestras llagas y se nos saltarán las lágrimas por tanto amor
fraternal. Ellos y ellas pondrán la logística y acabarán tan extenuados que
necesitarán cuatro años para recuperarse.
Sigo sus discursos e
intento leer entre líneas. Me pierdo porque cierta lucidez me lleva a una calle
sin salida; se llama “divide y vencerás”. En ella viven la cobardía y la
impunidad.
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