A veces encuentro en la Red, para el caso en Facebook, momentos
extraordinarios. Quizá, por aquello de la “repetición o reproducción del
mensaje o de la obra de arte”, sea verdad que nada de lo que digerimos como
receptores en nuestra sociedad de consumo es real, que la verdad objetiva
pierde su virginidad en la ejemplaridad y que al final no tenemos una sola
noticia sobre nosotros, ni nada sabemos sobre nuestra propia experiencia. Sin
embargo, -recordando el concepto del olvidado escritor franco-americano Julien
Green en su novela “Si yo fuese usted”, mirarse en el espejo “del otro”, es la hoja de
cálculo con la que obtenemos la suma de nuestros valores para caminar en
sociedad. Un método con infinitas variables a lo largo de la historia de la
humanidad.
Prometo que en otra columna hablaré
de Sodoma y Gomorra y del navajeo en Facebook. Hoy no. Hoy me siento positivo y
vitalista.
Por un momento intento desactivar la (mi) incredulidad y también
convencerme de que en este mundo todavía hay tierras donde sembrar ideales,
aunque estos se precipiten desde nuestro interior como arcadas desde el “yo que
quiere ser otro”, yoes utópicos, como impulsos descontrolados de los que nos
lamentaremos cuando más tarde tengamos que justificar un cambio de actitud por
la defensa de nuestros intereses particulares.
Una amiga cuelga el vídeo de una entrevista a un famoso actor. El
entrevistador pregunta al entrevistado por qué rechazó hacer una película en
Hollywood con un famoso director. El actor contesta que no le apetecía, que
gana suficiente dinero con lo que hace, que no quería hacer el papel de malo de
un narcotraficante mejicano porque no acepta que a él como latinoamericano le
ofrezcan un papel arquetipo que solo lo pueden hacer los hispanoparlantes en el
país que más drogas consume del mundo, que después de estar seis meses
trabajando en Madrid sin ver a su familia lo que quería era volver a Argentina
para estar con ella. Al otro lado de la mesa, el periodista se queda atónito,
premeditadamente, le deja hablar. El actor continúa y habla sobre la injusticia
de las desigualdades sociales. Dice que a él también le gusta ganar pasta como
a todo el mundo. Aparecen pedregosos instantes de silencio. El entrevistador
hace muy bien su trabajo. El actor figura y escenifica: “tengo un coche de alta
gama que me da calor y que mi hijo
manosea… es suficiente, ¿no?, para qué quiero más?”.
El periodista es Fantino y el actor Ricardo Darín. Ser “el otro” tal vez
aún sea válido para ir más allá de lo virtual.
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